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Channel: El Lado Frío De Mi Almohada | Lectura Inquieta
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El jardín de la memoria.

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reseña, opinión, libro, El jardín de la memoria, Lea Vélez

Cáncer y Holocausto. Viudez y orfandad. Tratamientos paliativos. Muerte. Creo que hay pocas palabras peores que estas en nuestro idioma, pues todas tienen como común denominador el dolor, ya sea por lo vivido o por lo sufrido. Normalmente evitamos enfrentarnos a estos temas, o por lo menos a todos a la vez: en el caso de la literatura o el cine, por ejemplo, ya es suficientemente dura una trama sobre los campos de exterminio para a ello añadir una enfermedad tan cruel; no solemos ser tan masoquistas. No tuve en cuenta todos estos factores cuando decidí leer El jardín de la memoria, de Lea Vélez, y menos mal, porque quizás mis prejuicios me hubieran impedido acercarme a un libro sin igual. Hice caso a mi libreta de recomendaciones a la hora de buscarlo en la biblioteca y se ve que  me olvidé la trama, pues probablemente de haberme acordado habría demorado su lectura. Pero el impacto que me produjeron las primeras páginas de esta historia me impidieron huir de un retrato tan descarnado, que me llevó a vivir una de las experiencias literarias más intensas de los últimos años.

cementerio inglés

En El jardín de la memoria encontramos tres historias que se van entrelazando: la principal es la de cómo Lea (la autora del libro) y su marido George se enfrentan a la muerte inminente: a George le han diagnosticado un cáncer terminal y les queda poco tiempo para estar juntos. Alrededor de esta trama central discurren dos hilos que pueden parecer poco relacionados con el drama del matrimonio protagonista, pero que tienen mucho que ver: uno es la recopilación de recuerdos de los Collinson (la familia de George) a través de los cuales Lea quiere conocer mejor el pasado de su familia política, pues no entiende por qué la ley del silencio se ha extendido sobre la muerte de Stephen, hermano de George que falleció siendo niño. A través de cartas, objetos, fotografías y anécdotas que le cuenta su marido, Lea intenta comprender mejor la dinámica familiar de los Collinson, su dolor tantos años enterrado, la manera tan radical que tuvieron para sobrellevar la pena, que fue hacer como si nunca hubiera pasado nada... Por otro lado tenemos la investigación que Lea hace sobre el fotógrafo Francesc Boix, un exiliado de la Guerra Civil que fue deportado a Mauthausen, donde presenció el horror nazi: Boix consiguió ocultar imágenes de lo que pasaba en el interior del campo que, una vez finalizada la II Guerra Mundial, fueron cruciales para los Juicios de Núremberg, en los que el joven prestó declaración.


No se puede hablar en esta obra de personajes, sino de personas, pues está basada en las vivencias de la propia autora. Yo no conocía este dato cuando empecé a leer el libro, pero al poco de estar entre estas páginas comprendí que lo que allí estaba escrito debía ser real: el relato es totalmente honesto, auténtico, no pretende ser una novela intimista, sino el testimonio de una cuenta atrás. En estas páginas he percibido la entereza de una mujer fuerte, la dignidad de un hombre que sabe que está condenado pero que quiere vivir sus últimos momentos con toda la plenitud emocional que pueda y un amor enorme, lleno de pequeños gestos y acciones cotidianas que es lo que realmente importa en momentos tan extremos. Muchos de los sentimientos de los personajes los comprenderemos mejor gracias a las tramas paralelas que complementan la historia principal: por un lado, reconstruir la vida del pequeño Stephen, un niño muy inteligente y vital al que el cáncer se llevó en su infancia y cómo eso afectó a sus padres y hermanos nos sirve para entender la actitud tan honesta que mantiene el matrimonio a la hora de afrontar este trance: no se les esconde la enfermedad a los hijos de la pareja, que participan plenamente de los últimos momentos de la vida de su padre, con la intención de que asuman su partida de forma "natural", minimizando el trauma en lo posible. La historia de Francesc Boix es casi un espejo en el que se mira Lea: como él, vive el horror, como él, recopila los vestigios de una existencia frágil, como él quiere salvaguardar la memoria. Este paralelismo no está forzado, sino que es fruto de la sólida investigación que hizo la escritora sobre Boix y que precisamente compartió con su marido poco antes de fallecer, razón por la cual dicha trama también forma parte de la narración.

La persistencia de la memoria, Salvador Dalí

La autora escribe este libro desde el corazón;su estilo es cuidado y sencillo, pero éste queda en un plano muy secundario ante la magnitud de la historia. Las tres líneas argumentales que conforman el relato se van trenzando de una manera natural, que hacen que la trama discurra elegantemente. Aunque el libro mantiene las emociones a flor de piel, quiero dejar bien claro, por muy extraño que pueda parecer, que no se trata de una historia triste, sino vitalista: los protagonistas han decidido vivir sus emociones plenamente y compartirlas con sus hijos pequeños con el  fin de hacer cosas significativas, pasar juntos momentos enriquecedores, crear recuerdos de valor. No he sentido como lectora que Lea Vélez quisiera transmitir lástima o pena, sino alegría de vivir: lograr esto ha de ser realmente complicado dadas las circunstancias y me parece digno de admiración. 

El árbol de la vida Gustav Klimt

Muy pocas veces me he encontrado con un libro tan honesto como El jardín de la memoria. No se trata de una lectura pasajera, para leerla sin pretensiones, sino todo lo contrario, pues trae a la mente demasiados recuerdos, ideas, opiniones que necesitan tiempo para ser procesadas. Admiro  a la autora por haber sido capaz de compartir una vivencia tan íntima y que, además, adjuntara otras dos historias semejantes igual de emotivas y totalmente pertinentes, conformando todo el conjunto un bonito retablo sobre lo bello que es vivir plenamente y la importancia de coleccionar momentos valiosos e inolvidables. Leer este libro es una decisión muy personal, pues estamos hablando de una obra que puede remover más cosas en nuestro interior de las que quisiéramos... Pero también nos mostrará maneras de enfrentarse a los monstruos del destino con mucha paz interior, sin dejar a un lado los sentimientos o la esperanza. 

Yo no soy valiente. La gente me dice que lo soy. Me lo dicen tantas veces que me hacen dudar Pero no, no lo soy. Siempre me he considerado cobarde. Nunca me ha gustado arriesgar. Temo al peligro. Temo al que dirán. Me da miedo preguntar por una dirección en la calle. Valiente es irse a al frente con dieciséis años con una cámara como única arma, siguiendo los pasos de Robert Capa o cualquier otro famoso fotógrafo de guerra. Boix dejó su casa y su familia y se marchó a la guerra. Aunque puede que eso no fuera valiente sino osado. No es lo mismo, supongo. No sé. Por osadía o por valor, Francesc Boix se lanzó a su destino y comenzó el principio de una aventura en la que siempre cabría la esperanza. ¿Que cómo lo sé? Porque la esperanza es lo último que se pierde. Doy fe. De hecho, la esperanza nunca se pierde, ni siquiera cuando se pierde.

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