No me hizo falta leer el argumento de este libro para decidir su lecturaen lo que supe de él: lo reconozco, las apariencias jugaron fuerte y le ganaron la partida a mi eterna lista de novelas procrastinadas. En mi defensa diré que no iba del todo a ciegas: Sara Morante, autora de La vida de las paredes, es una ilustradora de la que he disfrutado mucho con anterioridad, gracias a su trabajo artístico en libros como Casa de muñecas o Xingú. Estas positivas experiencias previas avivaron mis ansias de asistir a su debut literario; ¿se manejaría tan bien entre letras como entre pinceles? Felizmente no tuve que esperar demasiado para averiguarlo: plantada entre las novedades de mi biblioteca se encontraba este pequeño tesoro, tan bellamente editado, que no pude menos que sentir un pequeño pellizco en el corazón al saber que tendría que devolverlo algún día, que no se quedaría conmigo para siempre... Al menos - pensaba para mí- si la lectura no llega a la altura de las expectativas me resultará más fácil desprenderme de él...
A principios del siglo XX, en el número 16 de la calle Argumosa, se levanta un elegante edificio coronado por cuatro gárgolas de piedra, que es la envidia del vecindario. La propietaria de este edificio, es Berta Noriega, una mujer severa y de clase alta que ocupa el primer piso del inmueble mientras alquila los demás. En el segundo piso habitan los López, un matrimonio algo distante y su espabilado hijo Vicente, que a pesar de su corta edad es capaz de descifrar los enigmas encerrados en sus retratos de familia. En el tercer piso mora el señor Ruballo, un respetable artesano dedicado a confeccionar paraguas, sombrillas y abanicos cuya afición secreta es espiar a través de un agujero de la pared la vida de su vecina María. María se dedica a coser y sobrevive a duras penas gracias a los mal pagados encargos de costura que recibe y a algún amorío ocasional; la muchacha rumia su mala vida en su pequeño apartamento con la única compañía de un jilguero, que trina mientras ella se ocupa de su labor. El ático es territorio de la Musa y el Artista, una pareja surgida de la pasión pero que cayó en la desidia poco a poco: la Musa sufre una grave lesión que la hace depender del Artista, pero sólo los celos sustentan esa tormentosa relación. En la portería del edificio habitan Emilio y Carmen, un matrimonio de ancianos cuya vida quedó destrozada tras la muerte de su único hijo: él se refugió en sus fantasías y ella en el licor. Todos ellos protagonizan La vida de las paredes, un relato que permitirá al lector ojear a través de una mirilla lo que se cuece dentro de cada apartamento, en donde los protagonistas se desprenden de las apariencias y se comportan tal y como son, sin esconder sus miedos, miserias y esperanzas.
Todos los personajes de esta novela están muy bien elaborados: la autora ha trabajado con sutileza su psicología, dibujándolos en muy pocas palabras con gran riqueza. Cada uno de ellos guarda celosamente sus secretos ante los demás, pero nosotros, como observadores privilegiados, podremos escudriñar su alma por completo y presenciar su vida tal cual es sin artificios ni imposturas. A pesar de que a primera vista nos puede parecer que estos vecinos tienen poco en común, dadas sus diferencias sociales y económicas, comprobaremos como, de puertas para adentro, todos son tremendamente solitarios y melancólicos, y sus grises vidas poco se distinguen en lo esencial: son las paredes, tanto físicas como mentales las que los encierran en su mundo, impidiéndoles observar más allá de las apariencias que los rodean. Aunque esta es una novela claramente coral, me ha parecido detectar un mayor protagonismo en dos personajes: por una parte María, la costurera centrará la atención del lector por su mala vida y las penurias que sufre, tan bellamente relatadas por Morante que provocan escalofríos y, por otra, la Musa del Artista, una mujer sin igual, adquirirá un protagonismo creciente a medida que nos acercamos al final y conocemos mejor su pasado. Estos dos caracteres son de entre todos mis favoritos, porque creo que fue a los que más llegué a conocer y cuyas historias más me removieron, lo que no quiere decir que el resto del elenco protagonista me disgustara: en realidad me parece que todos los personajes de la obra están a un nivel altísimo y no se les pueden poner demasiados peros.
Morante nos acerca delicadamente a la narración gracias a una pequeñísima introducción en la que nos habla sobre el edificio y una presentación individual de lo personajes, en la que nos retrata, real y figuradamente a cada uno de ellos. El texto está dividido en grandes capítulos titulados con el nombre de los días que pasan, lo que nos indica que presenciaremos lo cotidiano en esa comunidad durante una semana cualquiera, de lunes a viernes, mimetizándonos con el papel de tapizado. Un narrador omnisciente nos va contando lo que sucede en cada apartamento mientras nosotros, como voyeurs, nos introducimos en cada estancia a través de las preciosas ilustraciones con las que la autora acompaña la obra,que son totalmente pertinentes y le dan al conjunto un encanto especial: los dibujos están realizados con maestría y contribuyen a ahondar en el clima de desasosiego que flota en todas las páginas. Los pequeños misterios que salpican la novela hacen que la historia no pierda el pulso en ningún momento y gracias a ciertos toques sobrenaturales, que recuerdan un poco al Realismo Mágico, el lector puede sumergirse de lleno en la poesía que destila la obra, disfrutándola a varios niveles. No se puede decir que la acción sea trepidante, pero la autora ha sabido encajar el puzzle de tal forma que todo nos resulta fluido a pesar de que, aparentemente no esté ocurriendo gran cosa: en este caso, lo cotidiano emociona. Mención aparte merece la edición de este libro: hermosos dibujos de aires vintage, papel de calidad, punto de lectura de tela, tapa dura, profundo olor a tinta... Lumen lo ha hecho muy bien y por ello le doy la enhorabuena.
La vida de las paredes es una obra de arte y no lo digo sólo por las ilustraciones que la conforman, sino por el texto que le da vida: ambas facetas se complementan perfectamente y forman un relato sólido, lírico, expresivo y sutil cuya lectura es una delicia. No es la primera novela que leo sobre "cotilleos vecinales", pero es la que más me ha convencido, con la que más he disfrutado convirtiéndome en una pared que escucha: culpa de ello la tienen unos personajes que no se quedan en el boceto, sino que muestran su complejidad. Me ha sorprendido que la primera obra de Sara Morante tenga unos mimbres tan sólidos y espero que se anime a seguir escribiendo y a mostrarnos su talento en el mundo de las letras, donde tiene tanto futuro como en el de la pintura. No dudo en recomendar fervientemente este libro a aquellos que gusten de las historias delicadas, que se paladean despacio pero cuyo sabor perdura; les aseguro que aquí encontrarán una joyita que merece un puesto de honor en la estantería física y en la del corazón.
"Los objetos que pertenecieron a otros guardan algo de su carácter, su personalidad se impregna de ellos; al verlos y tocarlos no sólo aprecias su valor, sino que te traen recuerdos de las personas que antes que tú los poseyeron".