Cuando se habla de libros y salta a la palestra el tema de los galardones literarios, suelen aparecer dos bandos enfrentados: por un lado están los entusiastas de los premios, aquellos lectores cuyas estanterías rebosan de Planetas y Nadales y defienden a capa y espada la calidad de estos libros al haber sido destacados por un jurado experto. Por otra parte encontramos a los escépticos, los que creen que estos galardones no son sino una forma más de promoción, que están vendidos de antemano, que no tienen que ver con la calidad literaria. Yo no suelo posicionarme firmemente en ningún bando pues, aunque tengo vetada la lectura de ciertos premios por varias desastrosas experiencias previas, hay otros que me despiertan mucha curiosidad y a los que les presto más atención, como pueden ser el Pulizter, el Goncourt o el que me ha llevado a hablar de este tema hoy: el Nobel. Poco después de que se fallara del Nobel del año pasado, otorgado a Patrick Modiano, leí muchas opiniones en las redes sociales que me sorprendieron: entre la sorpresa por el premio y las iniciativas para leerlo planteadas por muchos surgieron voces discordantes que no cargaban contra el premiado, sino contra el lector y que venían a decir más o menos lo siguiente: "ahora todos los paletos van a leer a Modiano para creerse más listos", "premios como este demuestran la ignorancia de la gente, que se deja manipular como ovejas a la hora de elegir lo que leer", "esto perjudica a los escritores de verdad, los que se lo curran, que se van a ver eclipsados por una estrategia comercial perfectamente preparada"... La injusticia de tales comentarios me animó aún más a darle una oportunidad al escritor francés y para ello me hice con su novela Dora Buder, un pequeño libro de corte biográfico que me habían recomendado especialmente para iniciarme con su prosa y cuyo argumento me llamó la atención desde el principio.
Dora Bruder es una adolescente francesa del París de 1940. La ciudad, ocupada en ese momento por los nazis, vive bajo un estado de represión que sufren más intensamente los judíos, religión a la que pertenece la muchacha. Un día, sin explicación aparente, Dora escapa del colegio católico en el que sus padres la habían inscrito con el fin de protegerla: no hay pistas, no hay testigos, Dora ha desaparecido. Desesperados, sus padres ponen un anuncio en el periódico con la esperanza de reencontrarse con su hija, pero no reciben respuesta... Muchos años después el narrador de la historia se tropieza con el anuncio y, atraído por la coincidencia de haber pasado su infancia en la misma zona de París que ella, comienza a investigar qué fue de Dora: Modiano descubrirá el silencio y el olvido en el que se encuentra todo lo relativo a la Francia ocupada mientras traza una autobiografía paralela a la de la propia Dora, en la que coincide con su espíritu inquieto y rebelde.
Pocos datos reales descubre Modiano sobre Dora, pues muchas puertas se le cierran en su investigación: acude a diferentes archivos en los que puede haber alguna pista de su paradero, pero la información que consigue es escasa y poco optimista. Más que un retrato de la muchacha, el autor aprovecha para hacer un lienzo de París durante la ocupación y de su propia adolescencia, pues reconoce a lo largo de las páginas de este libro que él también escapó de casa siendo joven, que él también recorrió las mismas calles que Dora. Es por ello que las vidas de Dora y de Modiano se confunden y que el autor imagina las razones que llevaron a la muchacha a huir basándose en su experiencia, imaginando sus reacciones, pero sin tener pruebas reales de que lo que él ha escrito sobre la chica es cierto. Este intento de recreación nos lleva a conocer más profundamente al autor, que al verse identificado en la historia de Dora se proyecta en ella, desnudando en cierto modo su alma.
La manera de configurar la historia por parte de Modiano me ha parecido muy original: ese entrelazamiento de narraciones, donde se mezclan los avances en la investigación con las reflexiones propias sobre su existencia me ha gustado, ya que dota a un hecho que quizás hayamos visto otras veces en literatura (la persecución a los judíos, la represión nazi) de una nueva perspectiva, que aúna pasado y presente. Modiano utiliza un tono aséptico, desapasionado: a pesar de que el drama planea sobre esta historia, no sentimos que el autor incida en ello, sino que percibimos cierta distancia, lo que contrasta con la implicación personal de sus recuerdos en la narración. Modiano es minucioso, detallista: quizás sea precisamente la gran cantidad de datos y descripciones que nos da sobre la ciudad y la época lo que marque ese alejamiento emocional con la trama, que presumo que está hecho aposta. Más allá de la excusa que le dio pie a realizar esta novela, lo realmente valorable es la crítica al olvido que realiza en este breve relato: si no sabemos nada de Dora o de las miles de personas que fueron perseguidas y asesinadas en aquel entonces es gracias al acuerdo tácito y mudo que hicieron los franceses después de la guerra: nada de remover la porquería, nada de abrir heridas viejas, mejor dejar todo atrás y deshacerse de lo que recuerde a ese periodo tan turbio de la Historia de Francia. Modiano se rebela y dedica esta obra (como muchas otras de su biografía) a recordar lo que pasó, a desenterrar y exponer ese olvido consentido.
Dora Bruder es un libro interesante por lo que cuenta y por cómo está contado: me ha hecho reflexionar sobre los peligros que tiene no recordar los hechos del pasado y sobre las vidas de miles de personas desaparecidas durante ese negro periodo de la Historia de las que nunca más se supo nada. Sin embargo,aún reconociendo la calidad de la pluma del autor y gustándome mucho el trasfondo de la narración, no me ha llegado tanto como esperaba: no es que pidiera emotividad ni dramatismo, pero sí un poco menos de frialdad, aún más tratándose de una historia en la que Modiano aporta mucha de su experiencia personal. Quizás la culpa sea mía por esperar la perfección en un premio Nobel, teniendo en cuenta que varios de mis autores favoritos poseen tal galardón, por ello animo a que le hagan hueco al autor y saquen sus propias conclusiones; no cabe duda que encontrarán a un escritor con una voz muy personal y un estilo propio que puede que les conquiste con su nostálgica melancolía.
Recuerdo que la primera vez que lo vi experimenté el vacío que se siente ante lo que ha sido destruido, arrasado. No sabía aún de la existencia de Dora Bruder. Tal vez - estoy seguro - ella se había paseado por allí, en esa zona que me hace rememorar citas de amor secretas, grises felicidades perdidas.