Soy una lectora de exteriores, no me gusta mucho leer en casa. Allí claro que tengo mis rincones donde ponerme calentita con una manta y sentir la lluvia a través de la ventana mientras leo, pero si tengo que elegir prefiero llevarme el libro de paseo y sacarlo en cualquier parque, cualquier autobús, cualquier sala de espera. No sé, creo que cada libro tiene su contexto, y el contexto de mi hogar es para hacer otras cosas: allí me dedico más a lo académico - laboral - festivo, las aventuras prefiero vivirlas en otro lugar. El problema surge cuando paso mucho tiempo fuera y no tengo un libro a mano ¿qué hacer si se me olvida meter una novela o mi e-reader en el bolso? En esa tesitura me vi a finales del año pasado, cuando me di cuenta de que tenía que afrontar un vuelo de unas dos horas y pico sin nada para leer... Las opciones eran pocas: o me empollaba la revista publicitaria que ofrecía el avión o me echaba una siestecita, pero no me apetecía demasiado ni una ni otra. Tras el despegue, cuando nos dejaron encender los teléfonos, me di cuenta de que tenía instalada la aplicación de Amazon en el móvil, así que aproveché para cotillear en mi estantería. Tropecé entonces con el último libro de nuestra compi bloguera, Mónica Gutiérrez, cuya lectura había pospuesto hasta encontrar el momento adecuado, y entonces vi la luz: no pude concebir un marco mejor para leer un título tan sugerente como Un hotel en ninguna parte que a 10.000 kilómetros de altura, sobre un algodonoso mar de nubes, navegando en un cielo dolorosamente azul.
Emma es una joven y guapa violinista a la que las cosas no le pueden ir peor: una desgarradora ruptura amorosa la deja de golpe sin pareja, sin casa, sin trabajo y sin esperanza. Emma es un corazón roto que atraviesa una profunda depresión que parece no tener fin. Esta situación empezará a cambiar cuando acepte un trabajo como camarera en un recóndito hotelito rural, El Bosc de les Fades, un lugar encantador donde la muchacha podrá lamerse las heridas y empezará a recomponer su alma. A través de los e-mails que Emma envía a su mejor amiga Anna conoceremos la nueva vida de nuestra protagonista, que pasa de lo oscuro a lo luminoso gracias al aprecio por las pequeñas cosas, las nuevas amistades y la influencia de un lugar mágico que resulta sanador en todos los sentidos. En este hotel en ninguna parte Emma se encontrará a sí misma, recuperará la ilusión y volverá a creer que las segundas oportunidades son posibles.
Son muchas las vidas que se cruzan tras los muros de El Bosc de les Fades, pero tres tienen un protagonismo especial. En primer lugar tenemos a Emma, la bella violinista de corazón roto que tratará de recomponerse en tan idílico lugar: Emma escribe sentidos e-mail a su amiga Anna gracias a los cuales conoceremos su historia, nos acercaremos a su personalidad y descubriremos las sorpresas que le depara el destino. Su estancia en El Bosc de les Fades será el bálsamo necesario para volver confiar en sí misma y en el futuro. Compartiendo protagonismo con Emma están Tristán y Samuel, los hermanos Brooks, dueños del bucólico alojamiento, que son muy diferentes entre sí: Tristán es un volcán de energía y optimismo, un muchacho despistado, ligón, aventurero y graciosete, mientras que Samuel es la formalidad hecha persona: serio, responsable, introspectivo... Cada uno afronta la vida y los problemas que atraviesa el hotel de diferente manera, creando un curioso contraste que se remarca en el tono que emplean en los correos que le envían a su paciente madre, en los que desgranan sus preocupaciones y nos muestran sus caracteres. Encontramos también una serie de secundarios que me han gustado incluso más que los protagonistas, pues todos tienen una forma de ser muy bien definida y una interesante historia detrás: desde el cocinero - rockero Joaquim hasta la dulce camarera Mabel y su encantadora hija Aurora, pasando por Phillip, el recepcionista gruñón o mi favorito, el exitoso escritor William Lexington; todos le dan un bonito color a una historia muy amable que nos acoge con cariño en su seno para no dejarnos escapar.
La lectura de este libro resulta muy fácil y entretenida gracias a una prosa ágil, sencilla y muy evocadora, que le da calidez al relato. Desde que el lector se acerca a las inmediaciones del hotel se ve envuelto en una atmósfera llena de encanto y delicadeza, que hace de su estancia en este establecimiento una auténtica delicia. Mónica Gutiérrez describe profusamente todos los aspectos de esta novela, convirtiéndola en un tesoro para los sentidos:la música, la comida, la ambientación nos permiten experimentar en nuestra piel lo especial que es el lugar en el que se desarrolla la acción y soñar con que un sitio así pueda existir en la realidad. La estructura en forma de e-mail le da mucha agilidad al texto y nos deja conocer en detalle la psique de los protagonistas: aunque no leeremos nunca las respuestas a las epístolas que envían, por el contexto podemos ir adivinándolas y apreciando los pequeños cambios que se producen, lo que me ha parecido un ejercicio de sutileza y elegancia a valorar positivamente.
Tras la hermosa portada de Un hotel a ninguna parte encontramos una lectura muy amable y fascinante que sin duda, merece dar el salto al papel; no entiendo cómo una novela así no ha podido llamar la atención de ninguna editorial, ¡seguro que enamoraría a muchos lectores!. Esta es una de esas historias mágicas que se van cociendo a fuego lento y que se leen con una sonrisa y un par de mariposas revoloteando en el estómago. Debo reconocer, sin embargo, que en algunos momentos me hubiera gustado un poco menos de dulce en las descripciones hechas por Emma, que a veces se pasaba de melosa a la hora de narrar todo lo relativo a su estancia en el hotel, pero creo que eso sólo puede molestar a brujas sin corazón como yo. Leyendo este libro sólo se me venía una palabra a la cabeza para definirlo: cucusero, es decir, adorable, bonito, acogedor, carismático, singular; uno de esos relatos que apetece seguir leyendo y en los que no paras de pensar cuando no lo tienes cerca... Un libro, en definitiva, que deseas con todas sus fuerzas que se materialice, porque sabes que en Un hotel en ninguna parte todas las penas se acaban extinguiendo; ¿quién no querría hospedarse en un lugar así?
Cuando me dijiste que me habías conseguido trabajo en El Bosc de les Fades te olvidaste de añadir "si es que eres capaz de encontrarlo". Aquí no hay hadas. Hace mucho tiempo que se fueron de este bosque sombrío y tétrico. Y desde luego, si alguna vez visitaron el hotel fue por casualidad porque llegar hasta aquí es cuestión de azar.